Imagen propiedad de Fede Nieto |
Se apagan las luces. Puntualitat casi británica. Salen los músicos primero. Iván aparece sonriente y seguro. Por dentro quizá debe estar como un flan, pero él es de los artístas que se comen el escenario con patatas. Muchos años de bagaje y mucha confianza en sí mismo. Razzmatazz ruge como la marabunta. Primer concierto de gira y lo hace en el Arrecife, donde todo el mundo apunta un público difícil. Y llamándose su nuevo trabajo "Val miñor - Madrid Historia y cronología del mundo" va el tipo y se viene al arrecife a abrir la gira. A Iván le encantan los retos (lo que apuntaba antes de la seguridad).
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No voy a desvelarle a nadie las canciones que tocó, para eso que vayan a verlo (siempre he odiado las críticas que te convierten el espectáculo en un recital previsible). Pero el concierto tuvo diferentes momentos:
- El teatro de Iván. Al más puro estilo Raphael, erguido y elegante posó y gesticuló como nos tiene acostumbrados. Iván no sólo canta, él vive e interpreta sus canciones. Saca los personajes de los que habla y los sube al escenario a cantar con él.
- El ñoño. Todos tenemos un lado cursi, romántico, sensible o llámalo x. Pues ahí estaba Iván sacándolo a relucir junto a todos los que cantaban (o intentaban cantar) piano en mano. Con sus mejores notas de terciopelo y seda creó un clima de amor tan profundo y tan real que todos nos enamoramos en ese momento: de su nuevo trabajo, de sus canciones de siempre, de los que estaban a nuestro lado compartiendo ídolo y gustos musicales.
- Subidón, subidón. Canciones cañeras, de esas de saltar y desgañitarse, de las de creerse el rey de la fiesta. Cuando imaginas que no hay mundo más allá de esas notas que impulsan a tu cuerpo a moverse sin parar como si la quietud fuera a romper la mágia de esa energía proveniente del escenario.
Fue un concierto lleno de sonrisas (Iván es de los pocos artistas nacionales que sonríe a la vez que canta), de complicidad con el público, de pocas palabras y muchos aciertos. Con un repertorio muy bien elegido y mimado para la ocasión. Iván es un animal de escenarios, y se le nota. Eso llega a la multitud que abajo le ofrece su alma y su voz a cambio de las dos horas de entrega y pasión que él siente por su trabajo.
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Con un apoteósico final de show, Iván y su banda se despidieron dejándonos a todos con ganas de más. Y eso es síntoma de que ha valido la pena haber estado ahí, ya sea para contarlo o para recordarlo.
Lucía
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